Por Daniela Guzmán, Lic. en Psicología, Universidad del Bío-Bío-Chile.
El esfuerzo por disimular las diferencias, comienza en el seno familiar, aprendiendo roles de género determinados, asunto que se refuerza en la educación con el uniformar, así entonces, la diversidad flota al tener compañeras desadecuadas a su rol de género, “la machorra”, el compañero afeminado, “el cola”, “mariconcito”, etc.
Estas conductas son parte de aquello que se castiga para poder corregirlo, al manifestarse estas y otras diferencias se activan dispositivos que señalan constantemente que el “ser diferente” no es aceptado y se enciende la discriminación o el esfuerzo por uniformar de docentes, directores(as) y compañeros(as), se acentúan las suspensiones, las anotaciones negativas, los llamados al apoderado(a), conversaciones interminables para “discutir” sobre los “problemas” de su hijo(a). O más grave aún, comienzan las amenazas cibernéticas, grupos de Facebook que ridiculizan, golpizas afuera del colegio.
Hago hincapié y detallo estas situaciones, puesto que, en la Universidad es donde se forman a los y las docentes que algún día pueden llegar a ser directores(as) de colegios públicos, como también a otros y otras profesionales que pueden llegar a ser sostenedores(as), también se forma a los(as) profesoras que están en las aulas viendo como sus estudiantes no son todos(as) iguales y normales como se les contaba en la Universidad.
Cuando la realidad azota a la formación y no hay necesariamente instrucciones respecto a qué hacer “en caso de”.
En general, puede que la diversidad nos tome por sorpresa en el mundo laboral, puede que estas realidades que se ocultan en nuestro país y que lentamente toman tribuna en la discusión generen la necesidad de preguntarnos: ¿Cómo trabajar juntas y juntos para que nuestro país pueda reconocer las diferencias?