Representantes, mayorías y democracia

Por Cristián Venegas Traverso, Profesor en Educación General Básica, Magister en Ciencias de la Educación.
“Porque nos hemos ganado la democracia, plena, estable y con total participación (…) marchemos todos juntos hacia un país ganador (…) Sí al futuro, sí a Chile, sí a Pinochet”. Estas frases extraídas desde la Franja del Sí del plebiscito de 1988 demuestran la naturaleza polisémica de la democracia, y el evidente uso instrumental del concepto por quienes detentan el poder. Y es que para quienes crecimos en gobiernos de elección popular, la relación entre el fallecido dictador y la democracia no puede ser más que una dañina ironía. Hoy, es inconcebible que se entienda a Pinochet como garante de la democracia cuando conocemos ampliamente el modo mediante el cual llegó a la presidencia de la Junta Militar de Gobierno (1973) y luego al mando supremo de la Nación (1974), el quehacer de sus agencias asesinas, la prohibición de partidos políticos, la suspensión del poder legislativo, el exilio de chilenos, la censura de la prensa, el enriquecimiento ilícito de si mismo y su familia, y la principal, la imposibilidad del derecho de elegir a los representantes de la ciudadanía.
Esa última característica parece ser una condición básica para concebir un sistema democrático, pues a través de estos representantes en los municipios, en el ejecutivo y en el legislador la gente expresa lo que quiere para su presente. Esto raya en la obviedad, sin embargo, sabemos que en la realidad de los hechos no es así. En consecuencia, nuestros representantes hacen mas caso a sus convicciones y creencias propias, o de sus partidos, más que a la creencia de sus representados, o la mayoría de sus representados. ¿Pruebas? Muchas. 
La Senadora Ena Von Baer expresaba el 19 de marzo de 2012: “Yo tengo la convicción de que no tenemos derechos sobre la vida del otro, independiente de la etapa del desarrollo en que esa vida se encuentre”. El Presidente Sebastián Piñera decía el 05 de julio de 2011: “Hay algunos que abogan por una total estatización de la educación en Chile. Creemos que ello constituye un grave error y daña profundamente tanto la calidad como la libertad de enseñanza”, palabras dichas cuando un 82% de los chilenos decía todo lo contrario. 
La oposición entre Gobierno (local, nacional y legislativo) y la gente/ciudadanía trae como consecuencia la desilusión por las instituciones públicas que mandata. Pareciera que nuestros representantes tienen la idea de que los ciudadanos le adjudicamos cada tantos años una concesión para gobernar, tal cual se hace con las autopistas concesionadas o con la explotación del cobre. Gobernar actuando a sus anchas bajo una constitución que no escogimos y que por su propia trampa nos impide cambiarla. Nuestros representantes piensan que la participación de los ciudadanos dentro de la institucional democrática se agota con el mero acto de elegirlos. 
Porque la necesidad de representantes en una organización de Estado democrático tiene como sustento el hecho de que no podemos juntarnos los 17 millones de chilenos en un congreso, operativamente es imposible. Por eso escogemos sujetos que nos representan y que sean capaces de llevar la voluntad de sus representados a las distintas instituciones democráticas como el poder ejecutivo o el Senado. Ese es su rol, así de simple. Por eso es estupidizante oír de las imposibilidades de plebiscitos vinculantes o consultas ciudadanas, y más paradójicamente, que hablen que se pone en cuestión la democracia. El mismo Ministro Longueira lo dice: “No me gustan los plebiscitos porque creo en la democracia, mire como está Latinoamérica con los plebiscitos, así se destruye la democracia y yo creo en la democracia” (19 de agosto de 2011). Otros responden “no es lo que quiere el país”. ¿Cómo se enteran de lo que quiere el país? ¿Sus familias serán todo el país? ¿Sus partidos serán el país? ¿En las escuálidas visitas a sus distritos encontrarán lo que quiere el país? ¿Se enterarán de las necesidades ciudadanas si viven en sus ghettos de la ciudad al oriente de la capital del país? 
Por otro lado, aparece el asunto de la poca confianza que tiene el mundo político e intelectualoide respecto a la inteligencia de la ciudadanía y de los colectivos. “Hacerle caso a la mayoría, es hacerle caso a una chusma analfabeta”, piensan. Como si en la colectividad dominase eternamente la mera excitación momentánea o la simple moda. La real objetividad está en la intersubjetividad, en el tumulto, en la organización, en la mayoría. Lo dice el desaparecido biólogo chileno Francisco Varela: “La línea divisoria entre el rigor y la falta de él no debe ser establecida entre los informes de primera o tercera persona, sino mas bien determinada por la existencia de un fundamento común y a un conocimiento compartido” (VARELA, 2000/2010:277). 
Esto significa que una “verdad”, o presunta certeza, se establece a través de fundamentos comunes e intersubjetivos, pues, se comprende que, mientras más participación de visiones complementarias existe, mayor objetividad se alcanza. Mientras más compartida y aceptada colectivamente es una visión, decisión, voluntad o persona, mayor validez posee. ¿No lo cree? ¿Le parece utópico? Es así escogimos a los representantes de la ciudadanía (concejales, alcaldes, senadores, diputados, presidentes, etc.) que hoy niegan esta premisa. Para los mismos políticos la presencia de mayorías sociales o empoderamiento ciudadano es sinónimo de hordas ignorantes que saquean supermercados o que tienen batallas campales en los estadios, pero en tiempo de elección, la horda es una sabia ciudadanía que decide el destino del país. Quien establezca que uno está más preparado de otro para ejercer ciudadanía no está preparado para acepta una sociedad igualitaria, justa, participativa y democrática. 
Cuando pasa el tiempo y la ciudadanía exige que su representante obre en relación a los intereses colectivos del país, el representante responde (muchas veces con el silencio): “eso es en demagogia”. ¿Entonces debemos pensar que los representantes deben actuar de acuerdo a sus convicciones partidistas y personales, y no de acuerdo a las convicciones de quienes representa? ¿Es eso democracia? 
Por último, también es contrario a cualquier democracia que quienes son escogidos por la ciudadanía hablen de “negociar” con ésta en relación a sus exigencias. Un gobierno o parlamento democrático no puede tener una naturaleza opuesta a lo que pide una ciudadanía, porque los primeros no existen fuera de quienes le eligen. Al fin y al cabo, un gobierno, municipio o parlamento, es una coordinación institucional de aquello que la ciudadanía quiere. 
Democracia, hasta Augusto Pinochet en su dictadura hablaba de ella como propia. Hoy, la real crisis en la democracia chilena no surge por las posibilidades de violencia política, sino que por la ignorancia de quienes detentan la representación política de los ciudadanos en relación a su rol al interior de un sistema democrático. Dejamos una tarea, hagámosle a cada autoridad y cada vez que podamos dos preguntas: ¿qué es la democracia? ¿Cuál es su rol dentro de ésta democracia? Las respuestas indicarán que tan demócratas son, y también que falta ha hecho la educación cívica en el currículo nacional. 

REFERENCIAS BIBLIOGRAFICAS 
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