Escrito por: Nicolás Alarcón Zambrano, estudiante Licenciatura en Filosofía, Universidad Andrés Bello, Chile.
Señalar que la reflexión filosófica entorno a la mente comenzó recién en la modernidad junto a las Meditaciones Metafísicas (1641) de Descartes, sería, por lo bajo, injusto. Ya Platón y Aristóteles planteaban teorías acerca de tal dominio, pero no de la misma forma que lo explicaríamos hoy en día. Sus teorías versaban acerca del alma y de sus características o propiedades, entre las cuales encontrábamos los aspectos anímicos y racionales que hoy enlazamos de forma inseparable con la mente. Sin embargo, es con Descartes cuando esta reflexión adquiere un tono y un giro particular.
La preocupación cartesiana por el método filosófico lo lleva a la aplicación de su duda metódica, esto con el objetivo de fundar una ciencia firme y necesaria. En el proceso comienza una reflexión directa de las capacidades mentales del hombre. Es en este escenario que se genera el punta pie inicial a la filosofía de la mente tal cual la conocemos actualmente. Si bien, hoy en día ha surgido una nueva lectura de su teoría, para efecto de la presente investigación solo tomaremos en consideración la interpretación clásica:
En sus meditaciones, Descartes establece que el hombre es, en realidad, una sustancia diferente de su cuerpo. Tal substancia es inmaterial y no está en el espacio y la llama res cogitans (cosa pensante), pero interactua de forma causal con un cuerpo físico (res extensa, o cosa extensa). Ambas substancias difieren tanto en propiedades como en constitución. La res cogitans es el “yo” inrreductible de cada uno de nosotros, es el “yo” que se encarga de todos los procesos pensantes (o racionales), entre los que se encuentran tanto los pensamientos como los sentimientos. La res extensa es el cuerpo, está en el espacio, posee movimiento y es incapaz de acción racional alguna.
El cuerpo opera meramente por las leyes mecánicas, y la mente lo guía siendo causa de la dirección de sus movimientos. Descartes pensaba que la mente interactuaba con el cuerpo a través de la glándula pineal, cambiando la dirección de los “espítirus animales” (líquidos que circulaban por el cuerpo) generando el movimiento de la res extensa y llevando información externa a la res cogitans (Cf Descartes, 1664).