Escrito por: Daniela Guzmán, psicóloga de la Universidad del Bío-Bío.
Me decidí a escribir esta pequeña nota por una simple razón: Luego de haber dejado pasar un par de años de mi salida del activismo LGTB, tengo templanza suficiente para hacer un análisis de mi experiencia dentro de él.
Hace algunos años entré a una organización no gubernamental de voluntaria, emocionada quise entregar el conocimiento que hasta ese momento tenía como estudiante de psicología, apoyando el proceso de asumirse y de transición de personas trans en la región del Bío-Bío. Antes de esto, tuve acercamientos a niveles más académicos con seminarios sobre diversidad sexual y psicología y tuve la oportunidad maravillosa de compartir con la organización Chilena de estudiantes de Psicología (OCEP) y el Centro de estudios de Contrapsicología (CEC) momentos de denuncia y crítica álgida al Colegio de Psicólogos de Chile y su silencio traidor frente a las terapias de modificación de la homosexualidad y transexualidad o terapias reparatorias, promovidas y aplicadas en Chile por la recordada psicóloga Marcela Ferrer y otros.
Estuve por casi un año en esta reconocida organización nacional, tuve la oportunidad de conocer a muchas personas no conocidas en los medios faranduleros de la diversidad, es decir, personas mayores de 50 años, menores de 18 años y jóvenes estudiantes y trabajadoras que ocultando su realidad transexual se refugiaban en la clandestinidad de las reuniones mensuales para contar en qué estaban, cómo han ido enfrentando su realidad, el desamparo o el apoyo familiar o de amigos.
Hasta ahí todo maravilloso, me encantaba ir a las reuniones, conocer otras realidades y poder aportar desde cosas tan simples como ser sensible a la realidad de otros y otras, porque en verdad, si hay algo que se aprende con la psicología es que tan sólo validar a otros y otras, viéndoles en su dignidad humana es posible ayudar a mitigar aunque sea un poco el dolor.
Al pasar el tiempo, comenzaron problemas que nunca estuvieron relacionados a las personas que conformaban esta organización desde las bases, sino contrariamente, con quienes estaban “a cargo”. Una primera oportunidad, fue la echada en cara del dinero que me ofrecieron por mis “servicios profesionales” (cosa que en primer lugar nunca pedí, y en segundo lugar aún no tenía ni siquiera mi licenciatura por lo que éticamente no podía ni me atreví a pedir dinero, yo hacía mi labor por vocación). En esta ocasión se me criticó el trato que daba a las personas de la organización, es decir, mi “poco profesionalismo”. Para quienes estaban a cargo, el profesionalismo formaba parte de ser alguien distante, jerárquico y marcando diferencias con el lenguaje de las personas con las que trataba, evitar los abrazos exagerados, los tratos de “huevón” o juegos o bromas entre quienes yo llevaba casi un año conociendo y teníamos un trato muy familiar. Frente a esto, señalé que mis líneas de acción relacionadas con la psicología comunitaria y de la liberación generaban que epistemológicamente me situara desde una relación horizontal en mi “trabajo voluntario”, por ende, no iba a ser más distante y mucho menos iba a comportarme como “psicóloga” sabiendo que no lo era, sino que nada más era una persona común y corriente que tenía interés de compartir y apoyar el trabajo a nivel comunitario y personal; frente a esto se me encaró que se me iban a pagar $100.000 y que debía comportarme como una señorita; a la semana de este incidente me llaman indicando que este dinero ya no me lo entregarían por problemas financieros (y mágicamente se lo ofrecen paralelamente a otra voluntaria).
Frente a esta situación decidí no sobre reaccionar priorizando mi relación con las personas de base de la organización y seguí trabajando en seminarios, reuniones grupales, invitaciones a ciertas actividades como los encuentros de contra psicología y gestionando espacios universitarios como encargada de la vocalía de género y disidencia sexual de mi casa de estudios.
Además de esto, durante todo el tiempo que estuve en la organización, pude notar fuertes sesgos de machismo (al solicitar que me comportara como señorita, por ejemplo) la tendencia a invisibilizar a ciertas mujeres en la misma organización, la delegación de ciertas responsabilidades en ellas, el dejar de lado ciertas zonales dirigidas por mujeres, etc.
Además de esto, comencé rápidamente a ver la animadversión entre organizaciones, la clásica y conocida entre muchas organizaciones con MOVILH, críticas que van y vienen entre distintas ONGs, las luchas de poder, personalismos, críticas por dejar de lado o a la cola a las personas trans; pero también noté lo que plantea el título de esta nota: la profunda indiferencia que se genera en estas rivalidades, es decir, la lucha individualista centrada en los derechos de sólo las personas trans porque nadie nos apoya; la lucha individualista de los gays dejando de lado a las lesbianas y trans, la lucha excluyente de ciertas líneas lesbo-feministas que avaladas en diferencias y exclusión histórica se han exiliado de organizaciones
En el fondo, hay muchas diferencias y animadversiones comprensibles al revisar la historia de los movimientos de diversidad sexual en Chile, como lo han sido la traición histórica del MOVILH y su presidente vitalicio. Sin embargo, hay elementos críticos que no siempre se contemplan, como por ejemplo las declaraciones de autonomía política-partidista y luego sentarse a conversar con políticos del partido que sea, que en sí es subyugarse al poder institucional de manera tan simple como lo sucedido con la parapléjica “ley Zamudio”, coincidimos muchos y muchas en que esta ley no sirve de nada y despertó al parlamento con la muerte de un joven higiénicamente gay, mientras se ignoraron muertes terribles y golpizas inhumanas a trans, prostitutas, pero también mapuches, gente pobre violada e invisibilizada como las niñas del caso del psicópata de Alto Hospicio, donde también hay violación de derechos fundamentales frente a los cuales ninguna organización de diversidad sexual institucionalizada y con personalidad jurídica, ha mostrado interés en denunciar con el mismo ímpetu que frente a sus individualistas reivindicaciones “humanitarias”.
¿Y qué es lo que queda al final? Organizaciones de Derechos Humanos, que sólo reaccionan frente a la inhumanidad de sus sectores, generando ghetos y sirviéndole al Capital y su sistema neoliberal que no tiene interés en dar más derechos, siempre y cuando los gays, trans y lesbianas del país tengan su lista de novios en París. Ah, pero claro que me olvidaba, una organización transexual señaló hace algunos días que no luchan por el matrimonio igualitario porque no es prioridad para sus necesidades, pero ¡por supuesto! Si cambiándose el nombre y el sexo ¡pueden casarse! Si total no hay ningún trans homosexual o lesbiana en Chile ¿verdad?.
No hablo por nadie más que por mí misma, no represento aquí a ninguna mayoría, no me pronuncio más allá de elementos humanitarios, y trato de desligarme un poco de ciertos aspectos políticos que de plantear aquí podría esta nota no terminar jamás, sin embargo, no me atemoriza decir que la crisis que enfrentan las “instituciones” que defienden en este país a las “minorías, diversdades o libertades sexuales” aportan poco o nada, en tanto, colectivas y micropolíticas desarrolladas provincialmente o en la misma capital, logran afianzar, empoderar y dignificar a las personas que hacen red con ellas.
Es por esto, que no hago un llamado ni a la revolución, ni al castigo social. Simplemente quise plantear mi opinión frente a la polémica alarmista aparecida por un artículo por ahí en “El dínamo”, ah y bueno, no está demás decir que sería bueno ver las rendiciones de cuentas de todas las fundaciones y ONGs que funcionan con recursos nacionales e internacionales y darse el trabajo de estudiar cuánto impacto han tenido en las personas a las que van dirigidos sus proyectos y de no ser así dónde están las lucas, o más aún preguntarnos ¿A qué van estos “representantes” al extranjero? ¿Cambia eso en algo la realidad de quienes son la justificación de esos millones de dólares o pesos chilenos?.