Nuestro entorno cotidiano, nuestro diario vivir, siempre está rodeado de dos categorías que lo clasifican todo, que son parte esencial de nuestro lenguaje, que a donde miremos siempre se encontrarán, ya que toda cosa, toda persona y en general todo ser vivo estará sometido a sus significados. Me refiero a la noción de género, que en nuestro idioma, como en la mayoría, existen dos: que son lo masculino, con su opuesto que es lo femenino.
Tenemos la noción de que estás dos categorías fijas son esencialmente naturales, que siempre han estado ahí y que son incuestionables, Donde el lenguaje solo habría llegado para nombrarlas, por lo que no habrían necesitado un significado, sino que solo un significante.
Esto no es de extrañar teniendo en cuenta la capacidad para estructurar que tiene el lenguaje, para modificar, regir, clasificar y moldear nuestra subjetividad y con ello un contexto social y cultural. Siendo el lenguaje una manifestación de la cultura, y teniendo el poder para presentarse como una totalidad sistemática definidora de la realidad y presentadora de lo obvio, respaldándose y reanudándose a su vez, gracias a los mismos resultados que se evocan como consecuencia de representaciones y prácticas ligadas al termino.
Si nos imaginamos una Mujer inmediatamente pensamos en alguien de pelo largo, maquillada, femenina y con falda, que camina de cierta forma, habla de cierta manera, y realiza ciertos roles, ya que culturalmente es lo que se esperaría de una mujer.
El lenguaje no estaría definiendo ninguna naturaleza dada, si no que solo prácticas y construcciones mantenidas socialmente bajo una normatividad impuesta a fuerza de repetición lo que se conoce como “performatividad”, que opera de manera hegemónica, pasando el lenguaje a ser una especie de “cómplice” en alguna medida de aquella normatividad, ya que estaría al servicio de una noción absolutista. (No es criticar al lenguaje en sí, si no que al uso que se le da a este).
Debido a eso y a otras causas, es por qué el cuestionar la noción de género, más allá de su manifestación cultural, es navegar contra la corriente de lo naturalizado. Es por eso que el común de la gente es poco probable que ponga en tela de juicio aquellas categorías en las que las han insertado, sería ir en contra de lo asimilado como natural, cuando en realidad como pienso poco de naturaleza podemos encontrar en contextos socio culturales. Por lo tanto el lenguaje otorgaría un significado social al ser Hombre y ser Mujer, calificándolos, además a través del género, y designándoles indirectamente roles, maneras de actuar, de pensar, y de cómo posicionarse frente al género opuesto.
De esa forma aquellas prácticas tendrían un valor social, un estatus social y político, donde el sujeto pasaría ahora ser reconocido y representado por las instituciones. Ya que estaría encajando con lo que se espera. Ahora está siendo lo que se supone que tiene ser, la sociedad no tendrá problemas en aceptarlo como tal, la ley lo reconocerá sin problemas. Un “hombre” que se comporte como hombre, y una mujer que se comporte como “Mujer”, tendrán legitimidad, ya que todo el sistema funciona en base a roles de sexo y genero bien definidos. De esta manera, el género adquiere un valor socialmente otorgado, del cumplimiento a cabalidad de las normas de género. De otra forma se corre el riesgo de pasar al mundo de lo “anormal”, de lo no aceptado, de lo excluido, entrando en un círculo de prácticas reguladoras que se reproducen a sí mismas, limitando o invisibilizando la existencia de otros “identidades” que no encajan en la dicotomía Femenino – Masculino y así reproduciendo de forma policiaca y controladora identidades que de alguna forma se creen naturales, pero que no son más que una serie de acciones que tienen por objetivo la producción de sujetos que se regulen y auto regulen mediante el género en función de su sexo biológico.
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Escrito por: Jennifer Santander Aguilar, Estudiante de Pedagogía General Básica, Universidad del Bío-Bío, Chile.